Educación escrita con “S”, un error inaceptable. Grave. Ninguna persona con cuarto grado de escuela, o más, debiera cometerlo. Pero, en nuestro país, este es el pan de cada día. Nuestra educación pública atraviesa la peor crisis en mucho tiempo. Si no actuamos en modo emergencia, niñas, niños y jóvenes que asisten al sistema público de educación, saldrán, si salen, muy pobremente educados. La portada del IX Estado de la Educación (2023) expresa, precisamente, la gravedad y lo inaceptable de esta situación. Esta portada es un llamado urgente a la reflexión y a la acción.
La crisis educativa, ya advertida en el informe previo (2021), se ha profundizado en materia de inversión, gestión y aprendizajes. Entre 2021 y el inicio de 2023, nuevas caídas de la inversión per cápita en educación devolvieron al país a niveles de una década atrás. Hubo deterioro de los salarios reales del magisterio, recortes en los programas de equidad, en la construcción y mantenimiento de infraestructura y en el desarrollo profesional docente.
En el ámbito de la gestión, el Ministerio de Educación Pública (MEP) ha sido incapaz de planificar y ejecutar planes remediales para el “día después” del apagón y de sentar las bases de una recuperación futura. Han privado, por el contrario, cambios de rumbo que generan incertidumbre en asuntos claves como la macro evaluación, la informática educativa y la educación técnica. Crucialmente, la gestión educativa está incumpliendo y dejando cada vez más de lado acuerdos nacionales en el ámbito educativo, forjados a lo largo de décadas, que establecían un norte para la política pública.
Y, finalmente, se han arraigado los graves rezagos y pérdidas en los aprendizajes básicos de las cohortes de estudiantes que ya salieron y las que transitan por el sistema, sin perspectiva de mejora para ellas ni para las nuevas generaciones que están por iniciar su escolarización. Los resultados de investigación de este IX Informe indican claramente que tenemos una profunda crisis de aprendizajes que se expresa en generaciones de niños y niñas que no están logrando capacidades básicas fundamentales como escribir y leer bien, lo que amenaza seriamente el éxito de sus trayectorias educativas y de vida.
Ello ha creado una coyuntura decisiva para el presente y futuro del sistema educativo. De no actuarse con urgencia, se seguirá desplegando un sendero de involución hacia una educación de menor calidad y accesos excluyentes para
amplios segmentos de la población. Ese curso afectará profundamente el rumbo del país en las próximas décadas.
A la profundización de la crisis en los ciclos iniciales de la educación, se agrega la intensificación, en los dos últimos años, de un riesgo inminente de insostenibilidad financiera de las universidades estatales. Tanto la contracción de la inversión como la agudización de los conflictos anuales por el financiamiento de la educación superior pública amenazan las labores sustantivas de estos centros de enseñanza en docencia, investigación, acción social, así como avanzar hacia metas más ambiciosas en cobertura y calidad.
Esta es la situación que justamente denuncia la portada de esta nueva edición del Informe: un país que por inacción, omisión o mala praxis, ha ido optando por una educación con “S” -una “educasión”-, un grave error que ha invadido la matriz misma del concepto y que puede conducir al país a un sendero de más exclusión social, deterioro democrático y retroceso en desarrollo humano.
Tiempo para actuar
No se puede postergar más la solución de problemas estructurales del sistema educativo sin que ello tenga graves consecuencias para las generaciones actuales y futuras. Lo que Costa Rica haga hoy con la educación tendrá hondas repercusiones sobre su futuro ya sea para que este sea mejor o bien para descarrilar definitivamente una ruta de progreso, crecimiento, desarrollo humano y perfeccionamiento de la democracia.
La pregunta es si las y los costarricenses quieren una educación con “S” o se alzan en rebeldía y hacen buena la vocación fundamental de esta sociedad. En el pasado sus pobladores, con menos experiencia y menos recursos, apostaron por una sociedad en la cual la educación pública fuera el pilar fundamental para promover su desarrollo humano y la mejor inversión para sus hijos.
Actuar decisivamente es una responsabilidad que ningún actor social y político puede hoy eludir. Los niños, niñas y adolescentes merecen todo nuestro mejor esfuerzo y apoyo