Desarrollo y ambiente: no se sale de la crisis sacrificando la sostenibilidad
El medio ambiente es la base material sobre la que descansa la vida y el desarrollo humano. No es una sección de un plan o un discurso. Es imposible mejorar en crecimiento económico, equidad social, oportunidades y capacidades para las personas, si la sostenibilidad se mira como un obstáculo, y eso es algo que tiende a suceder en las crisis. Con ese punto de partida, en el Día Mundial del Medio Ambiente el 6 pasado de junio se realizó el conversatorio Desarrollo y Ambiente: ¿cómo reactivar la economía sin comprometer la sostenibilidad ambiental? En dicha actividad participaron Cynthia Córdoba del Minae, Tania Rodríguez de la Universidad de Costa Rica, Sofía Barquero de Diwo Ambiental, Silvia Chaves de la empresa Florex S. A., Agustín Morales de Portafolio Inmobiliario y Carlos Faerron de la Planetary Health Alliance. Este artículo resume algunos elementos planteados en esa discusión[1], cuya grabación está disponible en acá.
Breve contexto: Costa Rica y su paradoja ambiental
La inquietud sobre cómo salir de la crisis económica y social reciente sin comprometer la sostenibilidad tiene como contexto una paradoja señalada por el Informe Estado de la Nación en sus capítulos ambientales: el reconocimiento de logros en conservación que conviven con patrones insostenibles de uso del territorio y los recursos naturales, que afectan el desarrollo humano. Costa Rica acumula retos de largo plazo en sus patrones de crecimiento urbano, un mal sistema de transporte y movilidad, riesgos de desastre por falta de ordenamiento territorial y persistencia de exclusión social, contaminación de suelos y aguas y limitadas capacidades institucionales para prevenir y controlar el impacto ambiental, entre muchos otros.
En este marco llega la pandemia y con ella una crisis (acumulada) del desarrollo humano que potencia inequidades en muchos planos: laborales, de género, territoriales, de ingreso, de acceso a los recursos. Ante ello, revive una narrativa de oposición ambiente/desarrollo que aboga por debilitar las regulaciones ambientales y el ya escaso financiamiento, con impulso a soluciones extractivas de “rápido crecimiento”, en busca beneficios económicos inmediatos pero insostenibles y de alto impacto para el futuro.
¿Qué lugar tiene y debe tener el ambiente en la agenda del desarrollo?
Entre las personas participantes en el foro hubo coincidencia sobre el lugar que debe tener el ambiente en el desarrollo[2], pero diferencias sobre cuál ha sido en la realidad nacional. Se señaló una excepcionalidad del país fundada en la creación temprana y amplia de áreas protegidas, una matriz eléctrica comparativamente limpia y la recuperación de la cobertura forestal. Estos logros evidencian, en su opinión, que se ha dado un lugar clave a lo ambiental y que es parte central de la economía, como se nota por el peso del turismo y la marca país que le acompaña. Actualmente se comienzan a discutir nuevos temas enfocados en reforzar esos avances: economía circular, certificaciones, esfuerzos privados -cada vez mayores- que incluyen la sostenibilidad, entienden la necesidad de proteger los recursos naturales y de reducir impactos, y ven una oportunidad de innovación en el desarrollo de nuevos productos y servicios. Algunas empresas han creado mediciones de carbono y se promueven créditos verdes, la transición energética, la bioeconomía y otros que buscan directamente promover una producción y consumo sostenibles.
Sin embargo, varias personas consideraron que ese excepcionalismo es un mito, que oculta un estilo de desarrollo fundado en patrones de alto costo ambiental y social que limitan el desarrollo humano, como sucede con los monocultivos recientes y el alto uso de agroquímicos peligrosos, de alto impacto sobre suelos y aguas, la presión por la extracción de minerales, modelos pocos sostenibles de pesca, inequidades en el uso del recurso hídrico, desorden territorial y otros problemas. Es decir, el modelo de producción y consumo no ha tenido la sostenibilidad ambiental como criterio de peso y eso genera costos y riesgos para la población, el Estado, la naturaleza y el desarrollo humano.
Existen también visiones contrapuestas sobre cuánto se protege. Desde el sector privado se percibe una visión muy restrictiva, que implica lentitud y “castigo” para el uso de recursos naturales, carencia de incentivos o trabas para promover la innovación en producción más sostenible. Pero desde otra perspectiva, esas regulaciones no alcanzan para evitar los impactos, por falta de capacidades y, en ocasiones, de voluntad política.
Hay una coincidencia clave entre sectores: hay que priorizar el ambiente y producir sosteniblemente. Esto es una fortaleza que potenciar, pero requiere canales de conversación, comprender que el estilo de desarrollo ha impactado la sostenibilidad y no alimentar una falsa confrontación entre protección ambiental y desarrollo, sino más bien buscar un equilibrio entre lo económico, lo social y lo ambiental.
¿Cómo salir de la crisis sin comprometer la sostenibilidad?
Entre las personas panelistas hay coincidencia en el tono: no se trata de volver a lo mismo. Eso sí, con matices. Se habla desde ajustar detalles hasta una exigencia de revisar el modelo de desarrollo y la agenda ambiental a fondo.
Desde la perspectiva institucional, no se deben debilitar aún más las ya restringidas capacidades públicas. El momento es complicado en términos fiscales y económicos, y ya la pandemia golpeó presupuestos en este campo. Ante ello, para redoblar esfuerzos mencionaron líneas de trabajo relevantes (bioeconomía, economía circular, soluciones basadas en naturaleza) y, a la vez, la importancia de evitar el impulso al extractivismo o prácticas de alto impacto ambiental, que puedan golpear además la imagen país y afectar los recursos naturales de forma irreversible. Hay que buscar actividades con beneficios múltiples: una agricultura más sostenible y resiliente, con mayor equidad social; empuje a la producción limpia, una nueva movilidad, por ejemplo.
Desde una visión más crítica, se ve una oportunidad para revisar las recetas de producción imperantes en el modelo de desarrollo, así como la estructura de beneficios y costos (sociales, económicos y ambientales) que generan. En muchos casos, los costos de las prácticas de producción son locales y públicos (afectan a los territorios, las personas de la comunidad y son asumidos por el Estado en ocasiones), mientras las ganancias son privadas y no quedan al país. Las prácticas no sostenibles tienen impactos (medido y no medidos) y no generan todos los beneficios que el discurso de salida de la crisis presenta. Esto requiere investigación, consulta, innovación para que se busquen opciones que generen encadenamientos y empleabilidad, manejo sano del territorio, incentivos para la sostenibilidad y consideración de las comunidades, sus prácticas y saberes, la seguridad alimentaria, la producción nacional y una mejor distribución de la riqueza y los beneficios.
Desde el ámbito privado, algunos sectores ven la producción más limpia como un escenario favorable para el desarrollo de proyectos, con innovación y cambios acelerados, y ojalá en cooperación con el sector público y la academia. Se insiste en no descuidar los parámetros ambientales, pero facilitando procesos, especialmente para incentivar la producción sostenible. Esto generaría que la reactivación sea distinta y no se perciba el sector privado como “enemigo” sino como fuente de soluciones.
Caminos existen, impulsando formas de crecimiento de menor impacto, regulaciones efectivas y eficientes, que permitan producir en condiciones adecuadas según el conocimiento. Hay discusiones en ciernes que requieren esa visión: producción pesquera, pero con información y criterio técnico; energía limpia con costos razonables; protección de la calidad, disponibilidad y equidad en el uso del agua; fortalecer las cadenas de valor locales, transformar el transporte para reducir contaminación y tiempos de viaje; promover empleos verdes, reducir riesgos en la vida, vivienda e infraestructura; educación ambiental; generación de métricas y elaboración de políticas públicas que consideren costos y beneficios de la producción y la protección de una manera integrada.
El país debe impulsar una narrativa de encuentro natural entre ambiente y desarrollo, y atacar los discursos de confrontación entre ambos. En el marco de la crisis, hay que pensar una reactivación que no se enfoque solo en el PIB, sino que acople la naturaleza y el bienestar de las personas, resolviendo en paralelo el problema del empleo, la informalidad, la situación de las poblaciones más excluidas, a partir de un impulso a la producción social y ambientalmente sostenible, desde una revisión a fondo de las apuestas productivas.
Notas:
[1] Esta síntesis es la interpretación de la autora y autor del artículo, en un esfuerzo de resumir las ideas planteadas por las personas panelistas, todas disponibles en la grabación original. No se trata por tanto ni de un ensayo de opinión de quienes firman ni de una transcripción literal de los aportes del foro.
[2] En este artículo no se pretende omitir la existencia de diferencias de fondo sobre el concepto de desarrollo. Es claro que significa mucho para diferentes sectores, desde un sinónimo de crecimiento económico hasta una visión amplia sobre las condiciones de equidad, oportunidades y bienestar de las personas, en un marco ambientalmente sostenible. Por la diversidad de actores participantes en el foro, acá se habla del concepto desde diversas perspectivas según el caso, en su mayoría enfocadas a cómo reactivar la economía sin comprometer el ambiente, objetivo central del conversatorio.