La nueva multidisciplinariedad: la revolución del conocimiento y el nuevo maridaje transdisciplinar
Jorge Vargas Cullell
Buenos días:
Quiero agradecer a UCREA de la Universidad de Costa Rica, en especial a Javier Trejos y a José Gracia, la invitación a dar esta charla el día de hoy.
Escogí un tema que puede parecer arcano y rebuscado, hasta fachento: “la nueva multidisciplinariedad: la revolución del conocimiento y el nuevo maridaje transdisciplinar”. Espero haberlos podido convencer, cuando termine la charla, que no hablo en exquisito para pasar por importante ni estoy partiendo pelos en el aire. Creo que las palabras del título expresan la discusión que deseo efectuar.
La idea básica de esta presentación es la siguiente: el estilo de investigación académica artesanal y dogmáticamente disciplinar ha muerto. Lo mató la realidad: la transformación acelerada del mundo y la revolución del conocimiento en marcha. Quienes insistan en ella se aferran a un cuerpo en descomposición.
Si esto que planteo es cierto, y sé que es una provocación -quizá un tanto exagerada-, entonces, las universidades tienen que cambiar aceleradamente. ¿Por qué? Como instituciones conservadoras que son, orgullosas de lo que hacen y cómo lo hacen, conciencia lúcida de la sociedad, muchos en ella aún no caen en cuenta de que el fin del mundo conocido ya ocurrió. El meteorito ya nos pegó y solo podremos sobrevivir si nos adaptamos rápidamente a un entorno muy distinto.
Esta es la discusión que quiero plantear hoy, pues pienso que la investigación multidisciplinaria y el abordaje trans-disciplinario de problemas de estudio, así como la valoración de nuevas salidas para la investigación, son parte de la indispensable respuesta adaptativa a ese cambiante entorno.
Quisiera primero contarles tres historias que me ayudarán a elaborar las ideas que acabo de esbozar.
Noticias desde el mundo real
Primera historia: Sentencias de la Sala IV
Hace unas semanas la Sala Constitucional de Costa Rica facilitó al Programa Estado de la Nación el acceso a las aproximadamente 400 mil sentencias que ha emitido desde su creación en 1989 hasta agosto de este año. Esas 400 mil sentencias comprenden millones de páginas y, de partida, plantean una pregunta elemental: ¿qué hacer con esa inmensa cantidad de textos?
Estas preguntas se tornan hasta angustiantes por dos razones. La primera causa de la angustia es el horizonte inmenso que esta fuente de información abre. Las posibilidades de análisis son fantásticas: imagínense poder conocer las líneas jurisprudenciales de la Sala en relación con los distintos derechos: ¿en cuáles la Sala es más progresiva; en cuáles más conservadora? ¿Cuáles son las sentencias clave que rompieron una línea jurisprudencial? Podríamos aplicar análisis de redes para entender cómo votan los magistrados constitucionales: ¿quién se alía con quién? ¿quiénes son los conservadores, los progresistas? ¿Quién es el voto clave para decidir ciertas cuestiones? Podríamos ponernos ambiciosos e incluso desarrollar modelos predictivos: con base en las tendencias previas, ¿podemos predecir, y con qué precisión, las resoluciones de la Sala en ciertos temas? Vean ustedes que todas estas son preguntas no abordadas por la investigación académica en Costa Rica.
La segunda causa de la angustia es la dificultad de entrarle a ese amasijo de datos. ¿Cómo se analiza un volumen de archivos organizada con distintos formatos, programas de software, estilos de argumentación? La manera convencional sería organizar un ejército de asistentes al mando de un general, y empezar a meter mucho tiempo de trabajo para ir clasificando a mano el material documental. El problema con esto es doble. Por una parte, el tiempo que se tardará es larguísimo, será de nunca acabar; por otra, el general en jefe tendría que pasar un buen rato previo familiarizándose con el material, a fin de poder organizar el trabajo de los asistentes y desarrollar la plantilla de análisis adecuada.
La solución subóptima sería el muestreo: en vez de analizar las 400 mil sentencias, seleccionar una muestra representativa. No está mal, pero con sentencias de una institución que por su propia ley no está atada al precedente, el riesgo del error aumenta significativamente. ¿Y si no cae dentro de la muestra las sentencias claves que quebraron una línea jurisprudencial?
Si la manera convencional de pensar y organizar la investigación -típicamente piramidal (jefe y esclavos); desde un saber o disciplina (la del jefe o jefes) y basada en el trabajo manual (el de los esclavos o asistentes)-; si esa manera convencional, repito, no nos llevaba a ninguna parte, o, quizá, a alguna parte que iba a desperdiciar una buena parte de la riqueza que teníamos enfrente, ¿cuál era la opción?
La opción escogida, por obligación, fue otra: armar un equipo extrañísimo, compuesto por un ingeniero informático, una científica de datos (una mezcla de informática y estadística), dos politólogos y en consulta con abogados. Digamos que gente cuya profesión no los hubiera acercado mucho uno de otros. Y, entre todos estos, empezar a responder dos preguntas básicas: ¿qué hacer y cómo?
Vean ustedes: el informático es clave para organizar todo el material como una base de datos no relacional, pero la manera como la hace requiere de la opinión de los politólogos y abogados. La científica de datos es clave para empezar a pensar los procesos de machine learning que se aplicarán. El abogado aporta conocimiento sustantivo, pero no sabe nada de programación y números (excepto cuando se trata de números en una factura) y los politólogos tienen las preguntas de investigación que guiarán el esfuerzo y deben llegar a entender sobre la programación informática detrás del armado de la base de datos.
En resumen, he aquí una investigación cuyo desarrollo requiere un equipo multidisciplinario que articula sus saberes para empujar un proceso abierto cuyos primeros pasos están muy estructurados, pues su fin es establecer las bases comunes que permitirán el trabajo posterior, pero que luego debe dar paso, de manera flexible, a múltiples iniciativas desde diversos saberes disciplinarios.
Segunda historia: Base de datos de la aplicación móvil “Waze”
Hace más de un año, investigadores del Programa Estado de la Nación lograron que el Ministerio de Obras Públicas y Transportes (MOPT) les diera acceso a la base de datos de la aplicación Waze con los registros de movilidad en el Gran Área Metropolitana para los años 2016 y, luego, 2017. Solo en reportes de eventos, cada año tenía un registro de más de 20 millones de casos -de los que unas 250 mil de estas eran presas- todo completamente georreferenciado.
La base del MOPT sin embargo, era un pastel con hormigas. Resulta que, por problemas técnicos y de falta de supervisión, el registro de Waze tenía muchos hoyos de información. Para citar un ejemplo, la casa matriz Waze transmitía en tiempo real los datos, pero al personal a cargo no siempre tenía funcionando el equipo receptor por lo que a veces se perdía una, dos o tres horas y a veces hasta casi un día.
Nos sentamos con el Centro Nacional de Computación Avanzada (CNCA) del Centro Nacional de Alta Tecnología (CENAT) para contratar a dos informáticos que trabajaran junto con nuestros investigadores (un politólogo y un estadístico) durante meses hasta poder estructurar la base de datos, limpiarla, hacer ejercicios de simulación. Fue un trabajo muy arduo hasta poder tener la base a punto. El producto principal de esta larga fase fueron los “scripts” -no un paper.
Una vez que pudimos tener lista la base de datos para análisis, se sumaron un par de economistas que estaban llevando un curso de minería de datos. En conjunto con los informáticos, el politólogo (que llevaba la batuta del proceso) y el estadístico, realizaron un primer estudio sobre las presas de tránsito en el Gran Area Metropolitana: efectuaron un estudio de conglomerados que permitió discernir el tipo de presas que paralizan los flujos de movilidad, las horas y días candentes. Ese análisis lo publicamos como parte de un capítulo especial dentro del Informe Estado de la Nación 2018, y tuvo un impacto inmediato en la discusión pública y en las mismas autoridades gubernamentales. Un resultado concreto es que el mismo gobierno nos está pidiendo nuevos análisis para sus propuestas de rediseño del sistema de transporte público: hemos creado una demanda por este trabajo.
Ahora bien, esto apenas empieza. Cuando uno incursiona con este tipo de fuentes de información, el proceso no puede ser visto como un “one shot”. Es decir, como un proyecto de investigación que acaba con un paper. Por el contrario, es una línea de investigación permanente a lo largo del tiempo, que puede concebirse como un gran paraguas bajo cuyo cobijo caben distintos problemas y preguntas de estudio. Desde esa perspectiva, los equipos de investigación van fluyendo y cambiando de composición según las iniciativas específicas. Lo importante es que aportamos la base de datos depurada de Waze como un bien público para que distintos equipos, con temas y enfoques también distintos, puedan hacer investigaciones.
Fíjense ustedes, además, que los productos finales de esta línea de investigación no tienen necesariamente que ser un paper académico. Por ejemplo, una de las cosas que estamos considerando es la posibilidad de crear una plataforma informática interactiva para que las personas puedan calcular, entre otras cosas, los costos en que incurren por las presas; o para determinar la peligrosidad de los centros escolares, basados en la siniestralidad en los perímetros cercanos. En fin, las posibilidades son muchas.
Tercera historia: Plataforma Hipatia en Ciencia, Tecnología e Innovación
Hace como seis años, estábamos en la elaboración del primer Informe sobre el Estado de la Ciencia, Tecnología e Innovación que, finalmente, se publicó en forma impresa y digital en 2014. El informe había logrado crear varias bases de datos con registros sobre el personal del país en CTI, las publicaciones científicas, el equipamiento de los centros de I+D y habíamos ampliado el registro de científicos, ingenieros y médicos costarricenses en el exterior. En otras palabras, teníamos suficiente material para redactar los capítulos, complementando esa información con otros datos de fuentes secundarias.
En esas estábamos cuando un profesor de informática del Instituto Tecnológico de Costa Rica me hizo una pregunta extraña: “Jorge, ¿usted se ha dado cuenta lo que tiene entre manos?” Yo le respondí que cómo no y le enumeré las cosas. Terminé y volvió a la carga: “¿Y no ha pensado en entrelazar todas esas bases de datos y, por medio de una interface, crear una herramienta interactiva de uso público y no solo quedarse en datos para una publicación?” Ahí me di cuenta que, en efecto, estaba viendo sin mirar lo que tenía entre manos, y que el chip de investigador académico mío, me había condicionado a pensar que la única salida de un estudio con datos y análisis innovadores, era una publicación impresa.
Ese día nació lo que es hoy la plataforma interactiva digital “Hipatia” en ciencia, tecnología e innovación, la herramienta de política pública más robusta del país en esa materia, también utilizada por la empresa privada para tomar decisiones de inversión y reclutamiento de personal. Hipatia hoy incluye 14 aplicaciones y funcionalidades que moviliza la información de más de 20 bases de datos.
Entre esas bases de datos está la de las 115 mil personas costarricenses graduadas en profesiones STEM en el período 2000-2017, que se pegó con la base del registro civil del Tribunal Supremo de Elecciones, por lo que podemos georreferenciar donde está cada persona, podemos hacer análisis de cohortes de las comunidades disciplinares y de investigación.
También tenemos la base de datos de todas las publicaciones científicas en corriente principal en las que un costarricense es autor o coautor, lo que nos ha permitido, mediante análisis de redes, reconstruir las comunidades de investigación -saber donde somos fuertes y donde no; la productividad y el perfil de trabajo colaborativo- y tener información en un mismo sitio sobre la disciplina, procedencia institucional, género de las personas. Tenemos ubicadas a más de 700 costarricenses que estudian y trabajan en el exterior, información que se emplea para la atracción de inversión extranjera.
Me puedo quedar mucho tiempo describiendo “Hipatia”, y no es el punto aquí, pero déjeme agregar muy brevemente que incluye bases de datos georreferenciadas de las 170 mil personas graduadas del nivel técnico del país; de todos los proyectos de investigación y venta de servicios de las universidades públicas; de los servicios que ofrecen 95 laboratorios públicos -de la academia y del gobierno. Con base en estos últimos hemos creado herramientas de cuasi mercado para que la necesidad por CTI se conecte con la oferta.
Finalmente, este año hemos creado, con el apoyo del Sistema de Banca para el Desarrollo, un portal para start-ups de base tecnológica, en el que está el primer registro de esos emprendimientos con sus propuestas de valor, y un inventario interactivo de todo el ecosistema de lugares de co-working, incubadoras, aceleradoras, agentes de financiamiento y servicios públicos. También tenemos un registro de tecnologías licenciables, que están maduras para entrar en tratos con inversionistas.
Hice este recorrido por Hipatia pues es un tercer ejemplo de otro tipo de investigación que, de repente, la realidad impone: el país no contaba con nada así en el tema de CTI y había una gran oportunidad para empezar a llenar este vacío. Como en los casos anteriores, hemos tenido que armar un equipo multidisciplinario para que en conjunto avancen en la implementación de esta plataforma. Tenemos aquí un alineamiento no convencional de una bióloga molecular, economista, comunicadora, ingenieros informáticos (nuevamente aparecen aquí), desarrolladores de portales web (ingenieros en diseño de productos), expertos en manejo de redes sociales. Esta plataforma no podría haber sido posible sin este diseño de trabajo interdisciplinario.
Lo que hace esta experiencia de Hipatia especialmente relevante para la discusión que deseo plantear hoy son dos cosas. La primera es que el fin del Hipatia, la compleja y complementaria red de bases de datos y análisis producida por un equipo multidisciplinario, no es una publicación en un journal científico. Por supuesto que Hipatia puede ser fuente para este tipo de publicaciones. Su fin no es tampoco, siquiera, la publicación de datos y análisis en blogs y en redes sociales, cosas que hacemos regularmente. Y, agrego, tampoco es un proyecto en sentido estricto, de esos que tienen un ciclo de vida claramente determinado: es un portal en línea que se actualiza permanentemente y cuyo única causa de defunción es que las entidades auspiciadoras pierdan interés o no puedan sostenerlo.
El fin de Hipatia es crear un bien público que ayude, de manera práctica, a colocar a la ciencia, la tecnología y la innovación (CTI) en el corazón del desarrollo humano mediante un sistema de inteligencia estratégica sobre los ecosistemas de la CTI en Costa Rica. El bien público es, en este caso, la plataforma y sus funcionalidades, a las que tiene acceso los interesados para la toma de decisiones de política pública o de inversión privada. La construcción de ese bien público es sumamente compleja, pues involucra procesos de diseño de usuario, escogencia del ambiente informático, la arquitectura de sistemas, la interface, trabajos de campo para recopilar nueva información y actualizarla, desarrollo del portal web, procesos de visualización de datos y comunicación masiva.
Todo esto requiere de un proceso que no es para nada artesanal: un investigador en su laboratorio u oficina, flanqueado por algunos asistentes. Su desarrollo implica un proceso industrial, la gestión de una red de redes de investigación y suministro de información que a su vez está montada sobre una plataforma colaborativa que implica tejer alianzas público-privadas. Auge de la UCR está aquí, por cierto, pero también decenas de entidades públicas y privadas que colaboran en distinto grado para hacer esto posible.
La segunda cosa que deseo resaltar sobre Hipatia es que la investigación que se realice empleando la información que contiene el portal no debiera hacerse de manera desconectada con la naturaleza de la iniciativa. Debe pensarse de manera integrada a ella: en ese sentido, sería una pena que lo que diera a lugar fuera, sobre todo, pequeñas investigaciones disciplinarios. Creo que debemos aprovechar la oportunidad que nos da Hipatia para impulsar investigaciones innovadoras. En algunos casos, esa investigación tendrá un carácter aplicado y se asemejará a procesos de inteligencia industrial, pero en otros, pueden ser temas puramente académicos, pero con una perspectiva multi, trans o interdisciplinaria. En síntesis, Hipatia es como una fuente nutricia para públicos y actores diversos pero atada a la investigación de nuevo cuño.
Lo que quiero concluir diciendo es que, independientemente de sus usos, la construcción de la plataforma Hipatia involucra largos y procesos complejos de investigación tecnológica, de estudio de necesidades sociales, múltiples trabajos de campo cuya información termina siendo la fuente para el desarrollo de aplicaciones interactivas. Sin embargo, la construcción de un bien público como este: ¿cómo se evalúa desde el punto de vista académico? No calza dentro del esquema de publicaciones científicas: si el parámetro es ese, el equipo investigador a cargo de Hipatia no ha producido nada en los últimos cinco años. Si cambiamos de lente, ha hecho una tarea monumental de investigación, difusión científica y es un ejemplo central de la colaboración de la academia al desarrollo
Reflexiones provisionales
Las tres historias que he contado tienen puntos en común: son relatos de investigaciones académicas poco convencionales, cuyo diseño y ejecución implican la constitución de redes multidisciplinarias de investigación para crear un abordaje compartido de un tema cuya comprensión y resolución requiere de distintos saberes especializados, ninguno de ellos suficiente. A esto llamo transdisciplinariedad.
También tienen en común el hecho de que son problemas de investigación que procuran, además de generar nuevo conocimiento, como sería lo típico en la investigación universitaria, influir directamente sobre el curso y dirección de los procesos de desarrollo del país. Estamos hablando aquí de la generación de evidencia científica para la toma de decisiones -públicas o privadas-, asunto relevante en la vinculación entre universidades y sociedad y, hoy en día, en ruta de colisión con la política identitaria que se alimenta de los “fake news”.
Las tres historias, pues, ilustran una toma de posición a favor del conocimiento en la lucha contemporánea contra la creciente ola de descalificación de la ciencia y las humanidades propulsada por los nuevos autoritarismos.
Más de uno de ustedes podrá decirme: “Jorge: muy bonitas esas historias; sin embargo, estos son casos aislados, loables y todo lo que usted quiera, pero no son la ‘nueva normalidad’ sino las excepciones. Lo felicito, pero todo sigue igual”.
Creo que esta objeción, muy razonable por lo demás, es ilusa. En los últimos años asistimos a una profunda revolución del conocimiento basado en tres procesos distintos, aunque profundamente ligados entre sí:
- Primer proceso: la multiplicación de la capacidad de almacenamiento y procesamiento de datos en una escala que hubiese sido impensable hace poco tiempo. Hoy tenemos la capacidad de trabajar con grandes dimensiones y a altas velocidades información sumamente compleja sobre todo tipo de fenómenos.
- Segundo proceso: el correspondiente surgimiento de los repositorios de micro-datos masivos a disposición de la investigación científica. Hablamos de información sobre asuntos tan diversos como el paquete genético de las personas, los flujos de movilidad de millones, el registro de eventos climáticos, los expedientes de salud de la población de un país, la participación electoral de cada ciudadano. No pretendo aquí efectuar una enumeración de temas, sino dar la idea de que tenemos información que nos permite transitar desde la escala del individuo hasta el de una sociedad entera en una gran cantidad de asuntos.
- Tercer proceso: una revolución en los métodos y técnicas de investigación. La mayor capacidad de almacenamiento y procesamiento y la disponibilidad de datos masivos ha dado lugar a una explosión de nuevas técnicas de análisis, impulsada en lo fundamental desde la matemática aplicada y la estadística, pero no limitada a estas disciplinas. Incluso el método etnográfico de la antropología ya no es inmune a la aplicación de técnicas de minería de datos.
Estos procesos no harán sino profundizarse e imbricarse aún más en los próximos años. La información que la humanidad poseerá en pocos años sobre sí misma, su historia, los ecosistemas en los que vive y el mismo universo será verdaderamente asombrosa. Vivimos una época en la que se ha desatado una sed voraz por información de todo tipo, a partir de la conciencia de que tenemos una enorme y creciente capacidad de amasar millones de datos sobre cualquier cosa. Uno podría pensar que, desde el punto de vista objetivo, nunca ha estado la ciencia en mejor posición para desarrollar su trabajo. Sin embargo, quizás por eso, hay una dialéctica perversa: la reacción contraria, la negación de la ciencia de los apologistas de la posverdad, una verdadera contrarreforma del siglo XXI, es impresionantemente potente.
Quisiera solo un apunte para traer aquí a cuento el por qué relaté las tres historias al inicio de mi intervención: porque son experiencias que no hubiesen sido posible sin la revolución del conocimiento en marcha y, de manera más precisa, son hijas de ella.
¿Qué significa esa revolución del conocimiento en la práctica de mis circunstancias?
Primero, y lamento decirlo mucho, significa obsolescencia personal. Lo pongo en primera persona singular. Soy de las ciencias sociales. Cuando estudié el doctorado décadas atrás, el mío es en ciencias políticas, uno pasaba por sofisticado cuando aplicaba un análisis multivariado a problemas políticos. Estaba uno en la vanguardia aplicando análisis de factores, conglomerados, análisis discriminantes o modelos de regresión lineales o logísticas. Una práctica usual era complementar estos métodos cuantitativos con métodos cualitativos como focus groups y entrevistas, cuyo procesamiento era sobre todo de carácter exegético.
Claro, en defensa mía, me apresuro a decir que teníamos a nuestra disposición pequeñas bases de datos con pocas variables para hacer análisis comparativo. Aún así, veo lo que hice entonces y no puedo dejar de sorprenderme lo simple que era.
En la actualidad, un científico social se enfrenta a una diversidad de fuentes de información, algunas con datos masivos. Y, sobre todo, a una enorme sofisticación en las técnicas para procesar la información, tanto en materia cuantitativa como de carácter cualitativo.
La vieja, y bastante tonta discusión entre cualitativistas y cuantitativistas que tanto dividió a la comunidad de las ciencias sociales, o las elaboraciones socio-filosóficas como la supuesta existencia de “epistemologías del sur”, que justificaba estudiar de distinta manera los problemas de los países no desarrollados, me parece hoy algo parecido al Parque Jurásico. Hoy en día, la revolución del conocimiento permite apreciar la diversidad de realidad, culturas, ecosistemas, impulsa la investigación multimétodos y transdisciplinaria, cada una aportando capas de información que luego se pueden leer integradamente. No es necesario proclamar la existencia de una “ciencia paralela” de los oprimidos para que la ciencia penetre recovecos más recónditos de la experiencia humana.
Una anécdota aquí que, admito, es un paréntesis: hace unos diez años, con un colega, hicimos un artículo para una revista especializada basada en la revisión de más de 300 tesis de licenciatura en una Escuela de la Universidad de Costa Rica, entre 1978 y 2007. En treinta años, los trabajos eran lo mismo: revisión de literatura, algunas entrevistas analizada por medio de exégesis y análisis de periódicos. El mundo había cambiado, los profesores de esa escuela no.
La segunda cosa que la revolución del conocimiento significa, y esto no lo lamento, es la obsolescencia disciplinar. En las ciencias sociales, las fronteras artificiales entre sociología, antropología, economía, historia y psicología se desdibujan cada vez más frente a masas de datos que pueden se examinadas simultáneamente desde perspectivas muy distintas. ¿Adonde llega hoy las fronteras de la ciencia política? ¿De la economía?
¿Acaso la base de datos sobre las sentencias de la Sala IV es patrimonio de abogados? ¿O Waze, patrimonio de ingenieros de transporte? Claro que no: pueden ser estudiados por economistas, sociólogos, científicos naturales.
Esos datos masivos son como un panal: a él entran y salen abejas muy distintas, pero todas atraídas por la misma miel. De eso se trata, un panal: y, ese panal, ¿de qué abeja o grupo de abejas es propiedad?
En el campo mío, siempre envidiosos de la rigurosa gramática matemática de las ciencias naturales, la economía -especialmente el paradigma neoclásico dominante-, creyó que parecerse a la ciencia, y decir que era una más, era cuestión de aplicar el instrumental estadístico a problemas económicos, a partir de supuestos irreales como que las personas son racionales y que existe algo medible como la utilidad.
Hoy, desde la misma economía, los científicos de vanguardia se han acercado a las neurociencias y a la psicología para entender, ahora con una base científica, cómo toman las personas las decisiones. Los que hacen esto no solo están borrando fronteras disciplinares dentro de las ciencias sociales, sino tendiendo puentes con las ciencias de la vida, la informática, la antropología o las matemáticas.
Vean ustedes: la creación de algoritmos para entender los patrones de comportamiento social y económico, como por ejemplo la matriz insumo-producto a partir de las cuales se elaboran las cuentas nacionales de un país, puede emplearse para examinar los encadenamientos productivos y de empleo en territorios específicos, o los patrones de consumo de la población, pero ello requiere de la paciente participación de matemáticos, científicos de datos, expertos en análisis de redes, sociólogos y politólogos para hacer posible un estudio así. ¡Ni la matriz insumo-producto es hoy propiedad de los economistas!
Y, en pocos años, como lo sugiere el pensador israelí Yuval Harari, el maridaje entre inteligencia artificial y biotecnología va a permitir a la gente que posea la información de millones de personas, un mejor conocimiento sobre lo que las personas son, piensan y desean. Vean ustedes, un simple dispositivo que le implanten a uno, que permita monitorear la presión y ver las sinapsis cerebrales, permitirá a un observador conocer la reacción mía al leer un texto político, independientemente de que yo decida verbalizarlo o callarlo, a partir de una lectura de mis indicadores corporales. Esto tendrá, además, un efecto enorme sobre la manera en que se ejerce el poder político en nuestras sociedades.
Por eso es que afirmo, y es el leit motif de mi charla, que esta revolución de conocimiento borra la estructura disciplinar de la investigación e impone lo que, importando el concepto desde la enocultura, un nuevo maridaje entre las disciplinas del conocimiento. En la enocultura, el maridaje se refiere a la manera en que se combinan los vinos y la alimentación: ambos van juntos, el vino no puede pensarse sin la comida, pero no de cualquier manera. No todo vino acompaña igual de bien a los alimentos: depende de la comida. (Ahora, claro está, en caso de necesidad, hay que tomar lo que haya a mano).
Quiero en esto ser preciso, para evitar malos entendidos: no estoy afirmando que la revolución del conocimiento está borrando los saberes especializados. Por el contrario, creo que está multiplicando la necesidad de saberes especializados, en la medida en que las posibilidades del conocimiento se multiplican exponencialmente. Lo que afirmo es otra cosa: que en muchas áreas del saber humano esos saberes cada vez más especializados se necesitan cada vez más para producir nuevo conocimiento relevante. ¿Por qué? Porque los pozos de conocimiento de los que abreva el quehacer científico son cada vez más bienes comunes.
También quiero ser claro en otro punto: no estoy afirmando que la multidisciplinariedad y, una de sus consecuencias, la transdisciplinariedad, constituyen la única manera de hacer ciencia. El trabajo artesanal científico siempre existirá; los problemas de investigación propios de ciertas disciplinas siempre existirán también. Lo que afirmo es que, cada vez más, como tendencia, se impone la pluralidad de saberes y de métodos en la investigación científica.
Y entonces: ¿ahora qué?
Soy un cincuentón largo en un pequeño país y que, para más señas, hago investigación académica en un entorno de pequeñas comunidades de investigadores y, generalmente, con un marco reducido de recursos. Dirijo un centro de pensamiento, el Programa Estado de la Nación del Consejo Nacional de Rectores (CONARE) y la Defensoría de los Habitantes, especializado en la investigación sobre el desempeño del país en el desarrollo humano y que posee un alto perfil público e influencia y con incidencia sobre la toma de algunas decisiones en asuntos de interés público. Es un centro, además, en el que el tiempo cuenta: a diferencia de algunos centros universitario, los plazos son para nosotros de gran importancia porque producimos información y análisis que no solo tienen que estar rigurosamente calibrados sino que, por el carácter aplicado de nuestra investigación, tienen que estar a tiempo. Esto es clave, insisto, pues se trata de investigación aplicada a la deliberación pública y a la toma de decisiones.
Desde esta perspectiva, admito que, también, la multidisciplinariedad ha sido, en no pocas ocasiones, una respuesta pragmática, un ni modo, a la necesidad de echar a andar procesos de conocimiento en situaciones de escasez. La realidad se impone: en un contexto como el que he indicado, sería una locura depender solo de las fuerzas propias; el truco es crear una vasta red de investigación colaborativa, pública y privada, una verdadera red de redes, para hacer la mayor cantidad de cosas posibles con la menor inversión de recursos.
Lo importante, sin embargo, no es por qué uno llega a desarrollar un estilo particular de investigación, sino que, en la práctica, uno lo haga y que esa respuesta adaptativa a las condiciones del entorno, abre un mundo de posibilidades muy grande para el conocimiento científico. La otra cosa importante es darse cuenta que esa respuesta adaptativa no es simplemente un hecho idiosincrático, un cromo, una peculiaridad, una extravagancia -podría seguir agregando expresiones, pero creo que entienden el punto que deseo formular. Hay una convergencia entre nuestra experiencia específica con las tendencias que hoy en día se abren cada vez más paso en el quehacer científico en distintas partes del mundo.
Todo esto me lleva al día de hoy: hablo en una de las primeras actividades de UCREA, el Espacio Universitario de Estudios Avanzados recientemente creado en la Universidad de Costa Rica. Es decir, hablo posicionado en un aquí y un ahora.
Me parece doblemente importante esta oportunidad. Primero, por su temporalidad. Cuando una entidad se encuentra en su estado primigenio, lo que se haga o deje de hacer tiene un impacto profundo en la personalidad futura de la institución: se está creando su ADN institucional. Este tipo de discusiones, pues, son muy relevantes en estos momentos en que UCREA está definiendo su perfil básico. Por eso las celebro. Si espero que, como académicos que somos, ojalá no nos metamos en discusiones semánticas de si es multi, trans, inter disciplinariedad: a veces somos capaces de matarnos por esas minucias y paralizar todo un proceso hasta que tengamos el concepto preciso. En esto, soy más pragmático y, como Deng Xiao Ping, creo que no importa el color del gato sino que lo importante es que cace ratones.
Segundo, y todavía más fundamental, es importante hablar de multi y transdisciplinariedad ahora, por la naturaleza misma de UCREA. Hablamos aquí de estudios avanzados y, además, hablamos de “un espacio” -un área de encuentro y no una gaveta. Celebro, por cierto, esa denominación, y no la de “centro” o “instituto” pues invita a pensar la pluralidad, la convergencia: en un espacio los puntos y las líneas se pueden constantemente mover y conectar de distinta manera. Por eso la metáfora de espacio me parece sumamente adecuada: da idea de flexibilidad, dinamismo y de conectividad en la producción de conocimiento. De alguna manera, pues, es más que una metáfora, puede -si lo elaboramos- sintetizar la filosofía que anime a UCREA.
Pensando en ello, si UCREA, pese a su nombre, queda en la práctica amarrado a la estructura disciplinar de los feudos de escuelas e institutos, no tendremos aquí un espacio sino un archipiélago o una colección de feudos en la investigación. Tendríamos no un bien común, o bien público, sino la repartición de bienes de difunto: trabajaríamos desde un criterio de escasez y no desde la abundancia.
No soy de la Universidad de Costa Rica y, por eso soy deliberadamente general en estas reflexiones, pues puedo de repente quedar prensado en una controversia interna que desconozco. Sin embargo, aún con este reparo, invito a impedir que se impongan las lógicas territoriales en UCREA y que toda iniciativa que se inscriba en el espacio deba tener, por default, un planteamiento multi y trans disciplinario.
Esto, lo subrayo, lo recomiendo no solo por razones congruencia filosófica con el espíritu de UCREA, o con la naturaleza de los estudios avanzados en otras partes del mundo, como nos lo ha relatado la anterior exposición, sino porque, de privar lógicas territoriales que balcanicen a UCREA, la instancia nacerá muerta, obsoleta quizás mejor dicho, en medio de la revolución del conocimiento que experimentamos en el mundo. Y esto contribuiría a las tendencias fosilizantes, conservadoras, que siempre están vivas en las torres de marfil de las universidades.
En lo que a mí respecta, como Programa Estado de la Nación, no me queda más que decir que trabajaré en todo lo que se pueda para que podamos desarrollar junto con UCREA iniciativas innovadoras en todos los frentes en que sea posible. De eso pueden estar seguros.
Muchas gracias,